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Guest House

La casa establece el centro del mundo. Provisionalmente podríamos tomar esta frase como clave para afrontar la lectura de la obra que Verónica Lorenzo ahora nos presenta. Así de breve, así de contundente, y a la vez así de cargada de presupuestos e interrogantes se nos presenta.

Al primer golpe de vista estas pocas palabras pueden sorprender si lo que esperamos de ellas es una guía –pues al fin y al cabo ¿qué significa establecer el centro del mundo? ¿y por qué la casa precisamente es la encargada de hacerlo?–. Una apariencia demasiado abstracta e indeterminada puede hacernos desecharla como hilo conductor y núcleo de la interpretación, pero bien mirado su sentido resulta totalmente claro y concreto si las ubicamos en el lugar de lo más cotidiano. No tenemos más que observar cada una de nuestras acciones, en todas ellas se da por supuesto siempre un lugar, un punto de partida o de regreso, del cual la acción parte o en el cual la acción cesa y decae. Como si fuera el bajo continuo de una melodía que la estructura y la sostiene, pasando desapercibido siempre está ahí. Ese lugar es la casa, y es en este sentido en que decimos que establece el centro del mundo –de aquél que la habita, de mi mundo o de tu mundo–.

Pero ¿qué sucede cuando el centro resulta estar vacío? ¿Qué hacemos cuando el centro no es más que un gran hueco? ¿Puede estar la casa que habitamos vacía?. La respuesta la conoce muy bien aquel que haya sido extranjero una sola vez en un lugar cualquiera. Es entonces cuando la habitación recién ocupada se resiste, no se deja habitar. Cada rincón y cada detalle, unas cortinas, el color de las paredes, una mancha, insisten en que el lugar que de por sí acoge a la vez resulta extraño.

Esta paradoja establece el desasosiego que hace que el extranjero no deje de serlo y que el mundo en que se encuentra no sea su mundo, en tanto que allá donde esté, se encuentre en el lugar que se encuentre, no deja de encontrarse fuera de lugar. Así es como el centro puede estar vacío. Más aún cuando la casa es provisional –como sucedería en una casa de huéspedes, pongamos por caso–, cuando debe ser abandonada pero no se llega a saber jamás en que momento ni cual vaya a ser el nuevo destino, tal vez provisional también.

Más aún cuando frente a tu cama hay otra exactamente igual que jamás está revuelta, que jamás se calienta de noche, que nunca acoge a nadie y que muestra y mostrará siempre las mismas ropas que el día en que llegaste. Al otro lado, a pesar de las  entradas y salidas, del ir y venir de cada día, de los sonidos más comunes y tranquilizadores,  ella, esa cama vacía, lo repite calladamente una y otra vez: -por mucho que tú estés aquí esta habitación sigue estando vacía, este no es tu lugar. Insiste. Es el punto en que lo habitable no se deja habitar. Es en este lugar paradójico –en el lugar vacío, en el lugar que no llega a ser nunca un lugar, en fin en el lugar del no lugar– en el que nos sitúa Guest House como si de una pequeña crónica de ese desasosiego se tratase.

Pero en cualquier caso quizá sea cada una de estas palabras la que se encuentre fuera de lugar. Tal vez sobre un texto como este que, recordemos, desde el principio tomaba como punto de partida la aceptación de una frase –la casa establece el centro del mundo– que a su vez admitía su carácter provisional . Sea como sea, ahí está la imagen.

David Peidro

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